Ante un mundo de permanentes cambios y profundas
desigualdades, el valor de la justicia social ocupa un pilar importante en la
re configuración de las sociedades actuales. La escuela debe asumir un papel
preponderante en la re elaboración y en la transmisión de dicho valor,
procurando garantizar la igualdad y la equidad en los accesos al conocimiento y
en la participación de todos los sujetos en la vida social y cultural de la
comunidad educativa. Una escuela social mente justa busca y favorece la
reducción de toda forma de discriminación y exclusión, a fin de conseguir la
plena participación y el aprendizaje de todos y todas, independientemente de la
raza, del género, de la clase social, de la orientación sexual, lengua materna,
pertenencia a un grupo social o cultural o capacidad. Este concepto de justicia
social marca la naturaleza relacional y estructural de las desigualdades que se
manifiestan en los centros. Trabajar por esa meta requiere de una serie de
intervenciones específicas que se basen, ante todo, en una nueva concepción del
centro desde un plano estructural y organizativo. Estos nuevos enfoques no
pueden pensarse sin el desarrollo de una cultura escolar que acompañe, fomente
y estimule estos procesos de cambio para la inclusión de todos los alumnos. El
concepto de inclusión para la justicia social parece ser el camino más idóneo
para desarrollar los valores de equidad y justicia en las escuelas, en tanto
apela a la transformación de los centros en pos de la integración social,
cultural y académica de todos los miembros de la comunidad escolar. Frente a
este panorama, el rol del líder o de los líderes escolares asume un especial
protagonismo a la hora de promover y establecer las condiciones necesarias para
poder desarrollar estos procesos de inclusión; liderazgo que debe ser llevado a
cabo tanto por las personas que tengan formalmente esta responsabilidad, pero
también por un colectivo que trabaje colegiadamente, tome y comparta
iniciativas, responda y construya ideas e ideales para la equidad. Resulta, por
ello, de especial relevancia conocer cuáles son las características principales
de las escuelas inclusivas eficaces y los líderes que las dirigen.
Este liderazgo fomenta también la creación de comunidades de
aprendizaje en las que se promueve un sentido de pertenencia entre todos los
miembros, profesores, alumnos y familias. La implicación de éstas coayuda a la
generación de una cultura diversa e inclusiva que potencia el capital social de
los estudiantes valorizado por la propia escuela. Finalmente, son líderes que
son capaces de asumir riegos, son accesibles a los diferentes miembros de la
comunidad educativa, son reflexivos e intencionales y comparten el liderazgo
con otros niveles de la organización, sabiendo que el hecho de compartir los
objetivos inclusivos les convierte en líderes que promueven eficazmente la
justicia social. Pero no es posible quedarse aquí, ya que la radical
importancia del líder para conseguir una escuela más inclusiva que trabaje por
la justicia social y la escasa investigación al respecto animan a seguir
indagando acerca de cómo trabajan, cómo piensan y qué estrategias suelen
adoptar estos directores para poder dar respuesta a los desafíos que la
diversidad plantea en las aulas y en las escuelas.
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